miércoles, 10 de junio de 2015

Doradas, premio a la constancia.

Últimamente he dedicado mucho tiempo al spinning, aunque viendo los resultados de las últimas salidas a surfcasting, tenía ganas de dedicar otra noche a nuestras amigas de la frente dorada, pues hacía más de un mes que no salía a surfcasting.


Hace unos días, junto a mi amigo Adrià, decidimos planificar una jornada de Surfcasting. Pescaríamos desde el atardecer hasta el amanecer. La previsión meteorológica era buena, altas presiones, mar en calma y ausencia de viento. Al margen de que sean condiciones que favorezcan o no a los peces, siempre es un placer pasar una jornada relajada sin tener que batallar contra mar y viento y con buena compañía.

Empezamos a pescar a las 20:00, cuando los últimos bañistas abandonaban la playa. Al hacer tanto tiempo que no salíamos a surfcasting, el problema al que nos enfrentábamos era el no disponer de información reciente de si había pescado por la zona, y en el caso de que lo hubiera, saber a que hora estaba entrando a comer últimamente.


Al principio de la jornada la moral era alta, lanzamos y empezamos a observar los punteros. Tras una primera hora sin ningún indicio de actividad, revisamos el cebo y estaba intacto. Por suerte la morralla no atacaba nuestros cebos y teníamos la certeza de que estaban pescando para cuando el pez que buscamos se topara con él.

Hacia las 2 de la mañana los tallahams hicieron acto de presencia y cortaron una de mis lineas. No sabíamos si esto podía significar el fin de la jornada, pues cuando este depredador aparece, las demás especies están más preocupadas de sobrevivir que de comer. Con la esperanza de que no permanecieran mucho rato en el pesquero, decidimos aguantar y seguir insistiendo.

Por desgracia, las horas pasaban y las cañas no delataban ninguna picada. Eran ya las 4 de la mañana y de repente la morralla entró a comer. Devoraban el cebo, que no tardaba ni 15 minutos en desaparecer. Devolvimos algunos besugos de poco porte que venían por el labio. Ya sabíamos quien era el culpable, ahora tocaba esperar y ver si entre tanta minitalla andaba algún pez de porte.



A las 5 de la mañana una de las cañas de mi compañero se destensó, creíamos que por suerte había llegado la primera pieza del día, pero al recoger pudimos comprobar que la pieza no clavó. Volvió a carnar la caña y lanzar y al mirar la otra caña estaba destensada. Tras recoger unas cuantas vueltas en vacío me avisó de que esta vez si había algo al otro lado de la linea. Tras una bonita batalla pudo poner en seco una dorada de 1,250gr, que venía clavada por el labio y muy viva. Un placer pelearlas con el mar como una balsa y verlas correr por el rebalaje antes de entregarse.

Tras esta captura el ánimo volvió a subir, pues aún estando ya cansados la emoción de una nueva picada nos mantenía despiertos.


No habían pasado ni 10 minutos cuando una de mis cañas marcó una picada en forma de destensada. Cogí la caña y recogí muchos metros en vacío, hasta que por fin noté el pez al final de la linea. Esta batalla no tendría nada que ver con la de mi compañero. El pez nadaba rápidamente hacia la orilla, creyendo en varias ocasiones que se había soltado. Antes de darme cuenta ya la tenía en el rebalaje y quedo varada en el la orilla casi sin esfuerzo. Esta vez el pez venía bien tragado y creemos que fue el motivo de que no ofreciera tanta batalla.

Se trataba de otra dorada de precioso colorido y de tamaño casi idéntico a la de mi compañero. Dio 1,150gr en la báscula.


Volvimos a revisar y carnar las cañas a la espera de nuevas picadas, que por desgracia no llegaron. A las 8 de la mañana ya con el sol en alto, decidimos poner punto y final a la jornada, con buen sabor de boca, aunque exhaustos. Por suerte, aunque no fue una noche de mucha actividad, el pescado entró de buen tamaño y repartido. En definitiva, una jornada apacible, en buena compañía y con premio a la constancia en una jornada maratoniana. Ojalá todos los días fueran así.


¡Un abrazo y buena pesca!

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